Nunca es fácil la despedida.
Ni tan siquiera la deseada.
Para lo que quema o intoxica, para la deslealtad, para la incomodidad, incluso para el desamor, siempre tendremos un rotundo "¡a la mierda!", pero duele, duele lo mismo.
En otras ocasiones, la despedida, se hace en silencio o con silencio. Por aquello de no hacer daño. Convirtiendo una espada en un hacha doblada.
Una despedida, es como una huida. Dejar un lugar, un espacio, para trasladarnos a otro que se supone mejor.
Irse, para comenzar a generar la esperanza de un regreso.
El que se va, el que se queda.
Irse, para volver, o para no volver. Por despecho, por trabajo, por accidente, por miedo, por amor, por la vida o por la falta de ella.
Adiós, hasta pronto, hasta luego, hasta nunca, adiós.
Despedir a un amigo, a un padre, a una madre, a tu hermano o a tu hermana, a un hijo, a tu amor. Es "ley de vida", decimos. Aunque ni es ley, ni queremos cumplirla.
El que se va, el que se queda.
Nunca es fácil la despedida.
Ni tan siquiera la anunciada.
Nunca es fácil, y menos, cuando la tierra o el fuego la convierten en un último suspiro.
Aquello que dije, lo que no hice, una caricia o un abrazo que ya no existirá. El olor de su perfume, de su piel, cuando tu nariz se pegaba a su cuello.
Su risa, su voz. Una mirada o un gesto, que pasaran al recuerdo y vivirán en la calle de la memoria, en una silla vacía.
𝗟𝗮 𝗲𝘅𝗶𝘀𝘁𝗲𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗲𝘀 𝘁𝗮𝗻 𝘀𝗼𝗹𝗼 𝘂𝗻𝗮 𝗺𝗲𝘇𝗰𝗹𝗮 𝗲𝘅𝘁𝗿𝗮𝗻̃𝗮 𝗱𝗲 𝗳𝗶𝗻𝗮𝗹𝗲𝘀 𝘆 𝗽𝗿𝗶𝗻𝗰𝗶𝗽𝗶𝗼𝘀, dice Bucay.
Demasiados caminos de lágrimas. Día a día, demasiadas despedidas.
Cuando hoy suenen las doce campanadas, brindaremos por un final y por un nuevo inicio.
Por las sillas vacías, por los que están lejos, por el regreso o por la tierra y el fuego que los guarda, por el recuerdo, por la memoria. ´Por los que se quedan sumidos en el dolor de la pérdida, en la incomprensión y en la rabia.
Nunca es fácil la despedida.
Brindemos en la despedida, brindemos por lo que sigue.
Animo y suerte.